La desigualdad a lo largo de la vida también implica una brecha de género en el envejecimiento. Mala salud, menos actividad deportiva, más vida en la esfera privada que pública, hace que las mujeres sean más propensas a sufrir depresión o soledad no deseada en la vejez.
El género, una variable importante
La Organización Mundial de la Salud, organismo dependiente de la ONU, lleva tiempo advirtiendo de que debemos mantener la salud en la vejez. No solo porque todos y todas queremos tener una edad dorada activa y placentera, si no que la inversión de la pirámide poblacional se hace necesaria. De lo contrario, una población altamente envejecida, dependiente y con mala salud puede lastrar los sistemas sanitarios y económicos tanto de países en desarrollo como del llamado primer mundo.
Por eso surge el término envejecimiento activo. La OMS lo define así: proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen. Las variables para que esto ocurra son muchas, pero el género ha demostrado ser una de las más importantes.
Sexo y cultura
El género es considerado por la OMS y por los expertos en envejecimiento y salud como una de las variables más importantes. En concreto, por un lado el sexo biológico del individuo y, por otro lado, la cultura. Hábitos que muchas veces están constreñidos e impuestos por los roles de género, el espacio al que se empuja a las mujeres y los vetos que hasta ahora han tenido. Como el acceso al mercado laboral.
Un sistema que empuja a vivir de una u otra manera independientemente del deseo o de las características de esa persona. Por ejemplo, a las mujeres siempre se les ha relegado a la esfera privada: tareas domésticas, en una situación de dependencia económica, más aisladas fuera del núcleo familiar y dedicadas al cuidado de los otros. Por contra, los hombres estaban en la esfera pública, relacionándose, con tareas instrumentales y tomando decisiones.
La desigualdad en la vejez
De esta situación de patriarcado estructural, las ahora personas mayores saben mucho. Han sido educadas y han desarrollado gran parte de su vida cumpliendo estas premisas. Eso hace que el proceso de socialización con las demás personas dependan mucho del género y que los roles hayan condicionado su vida y su futuro.
Esto se plasma en la calidad de vida, en la salud y la salud mental de las personas. Si al llegar a la edad de jubilación sienten que tienen la oportunidad de vivir lo que no han vivido hasta entonces o al contrario, no se sienten parte útil de la sociedad. A esto no ayuda la imagen negativa que existe de las personas mayores en publicidad, medios de comunicación o en la vida pública en general.
Más esperanza de vida, peor salud
Pese a que las mujeres son más longevas que los hombres, existen desigualdades en el estado de salud por el simple hecho de ser mujeres. Por ejemplo, existe una mayor tasa de discapacidad y una mayor presencia de enfermedades crónicas y enfermedades osteoarticulares entre las mujeres. Los estudios también demuestran que las mujeres están más medicadas que los hombres, independientemente de sus enfermedades y situación.
La salud mental también está más comprometida en el caso de las mujeres mayores. La OMS en un estudio de 2002 afirma que hay un mayor riesgo en las mujeres de sufrir depresión condicionada, en parte, por menores oportunidades de desarrollo personal, empleo y educación. La actividad deportiva está ampliamente ligada, siendo un espacio vetado para las mujeres en gran parte del siglo XX.
Menos formación y cuidados, peor envejecimiento
Igual que la mujer se vio expulsada del mercado laboral después de la primera y segunda Guerra mundial, la educación nunca ha estado garantizada para ellas. Según los expertos esta menor formación implica una peor integración en la sociedad o en el trabajo. El analfabetismo es un ejemplo claro.
Por eso, para muchas mujeres, la jubilación debería ser el momento de cuidar de ellas mismas y hacer lo que por cargas familiares o laborales no han podido. Por contra, se dan casos donde las mujeres que tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral pueden vivir este acontecimiento como un momento de crisis al tener que volver al espacio privado. El rol de cuidadora, en su mayoría, nunca acaba.
Sexo, violencia machista y tabúes
Por otro lado, las mujeres mayores deben enfrentarse a un doble tabú. El que han aprendido con la cultura machista sobre su sexualidad y el que la sociedad tiene sobre la vejez. Existen falsas creencias sobre la sexualidad de las personas mayores, como que éstas no tienen deseos sexuales ni relaciones. El desconocimiento o la socialización diferenciada hace que tengan más dificultades que los hombres al disfrutar de su sexualidad.
Lo mismo ha ocurrido con la orientación sexual o las preferencias sexuales. La mujer en su edad más avanzada no se separa de su rol de cuidadora. Esto implica que ni su satisfacción personal ni su salud física mejore. También está el peligro de la violencia machista. Cuanto más aislamiento y educación sexista, más posibilidades hay que sean invisibles los malos tratos en las mujeres mayores.
Contra la soledad, participación social
Para evitar el que es considerado el mal del siglo XXI, la soledad no deseada, los programas de envejecimiento activo se centran en la participación social. Romper con las barreras que muchas veces existen, es vital para combatir el deterioro de la salud física y mental.
Además, como sociedad, deberíamos preocuparnos de que una parte cada vez más grande de la ciudadanía participe en las decisiones públicas, expanda sus conocimiento y sea parte de todo. La brecha de las nuevas tecnologías pueden suponer un problema, por ello el llamamiento es pensar, de nuevo, en que todas y todos puedan participar de las propuestas que hacemos.
Laura L. Ruiz, periodista especializada en igualdad