La naturaleza ha aprovechado este 2020 para mandar un mensaje de alerta a toda la población. A los incendios forestales de Brasil, California y Australia, se suman los efectos devastadores del Covid-19. Durante los días de confinamiento la naturaleza pudo recuperar su espacio. El ruido, la polución del aire, los vertidos… fueron desapareciendo paulatinamente. Sin embargo, con la desescalada, el planeta se ha visto alterado de nuevo ante la progresiva puesta en marcha del mismo modelo contaminante. Un hecho que deja claro que la salida de la crisis del coronavirus debe ir de la mano de iniciativas en favor del medio ambiente si no queremos una pandemia climática. ¿Qué pueden aportar las empresas en este sentido?
Día Mundial del medio ambiente
El 5 de junio se celebró en todo el mundo el Día del medio ambiente. La fecha coincide con el inicio de la Conferencia de Estocolmo de 1972, cuyo tema principal fue el medio ambiente. De ese modo, la efeméride del Día Mundial del Medio Ambiente fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El objetivo es fomentar la acción medioambiental. Desde entonces, cada año se centra en un tema principal. Este año es la biodiversidad.
¿Qué es la biodiversidad?
La biodiversidad es la variedad de seres vivos en el planeta. Actualmente hay aproximadamente ocho millones de especies en la Tierra, viviendo cada una en un ecosistema único. Cada miembro de esta biodiversidad juega un papel fundamental en el equilibro natural.
Sin embargo, a pesar de su importancia, la biodiversidad se enfrenta cada vez más a riesgos mayores. Así lo denunció en el año 2018 el Informe “Planeta Vivo” de WWF. En él indicó que las poblaciones de vertebrados habían disminuido un 60% desde 1970. Un año más tarde, en 2019, el Informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) mostraba que más de un millón de especies se encuentran en peligro de extinción.
Relación directa entre seres humanos y destrucción del medio ambiente
Detrás de estos desastres medioambientales están las acciones humanas que han provocado que el hielo glaciar se esté derritiendo, que los arrecifes de coral se estén reduciendo y que las grandes extensiones de bosques estén desapareciendo a causa de los incendios forestales.
COVID-19 y el efecto rebote
Bien es cierto que el confinamiento provocado por el coronavirus ha dado un pequeño respiro al medio ambiente. La mejora en la calidad del aire y la reducción de emisiones de CO2 han sido algunas de las consecuencias positivas. Pero no es suficiente. La bajada de emisiones debe ser sostenida en el tiempo para que sea “significativa”. Algo que parece poco probable, ya que, si no se implementan cambios, cuando las empresas regresen a la normalidad volverán a aumentar las emisiones de gases. La propia Greenpeace advierte que el coronavirus no traerá un planeta más verde, pues la concentración de CO2 en la atmósfera sigue en aumento.
A ello hay que sumar el manejo inadecuado de los guantes, mascarillas y otros elementos de protección personal, aseo y desinfección que son arrojados a la calle e incluso al agua, con el consiguiente daño ambiental y la propagación del virus.
Conexión entre género y clima
Todos estos efectos negativos para el medio ambiente no son neutrales al género. Algunas de las organizaciones ecologistas más importantes del mundo afirman que las mujeres contribuyen menos que los hombres al cambio climático. No obstante, son las más afectadas, especialmente las que viven en países de desarrollo.
Así lo pone de manifiesto el Informe “Perspectiva de género en las migraciones climáticas” de la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes). Apunta a que las consecuencias derivadas de los fenómenos naturales como sequías, lluvias torrenciales, olas de calor, huracanes…está repercutiendo de modo más negativo en las mujeres que en los hombres.
La destrucción de la tierra y el sometimiento de las mujeres son prácticas profundamente relacionadas. Ambas corresponden a un mismo modelo: la dominación, la sobreexplotación y en el acceso desigual a los recursos. Las mujeres viven en una situación de desigualdad y es evidente que los efectos devastadores de los desastres naturales multiplican las condiciones de vulnerabilidad.
Las mujeres que residen en países en vías de desarrollo dedican gran parte de su tiempo a trabajar con los cultivos o a buscar alimentos, agua o combustible, labores que dependen en gran medida del clima. Por tanto, son quienes más dependen de los recursos naturales para su supervivencia.
Además, representan una mayoría en las comunidades rurales que están expuestas a la sequía y a la desertificación. De hecho, son mayoría entre el número de personas fallecidas en desastres naturales como inundaciones o sequías extremas. Con catorce veces más de posibilidades de morir.
Con respecto a esto, hay datos que señalan que el 80% de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres. Es lo que ya ha pasado a denominarse “refugiadas climáticas”. Estas mujeres se ven obligadas, además, a adaptarse a una nueva cultura y experimentar cambios drásticos en su forma de vida.
Según el Informe mundial sobre desastres, en términos generales se reconoce que las mujeres y las niñas corren un mayor riesgo de ser víctimas de violencia sexual, explotación sexual y malos tratos durante periodos de desastres naturales. Debido a esto, evitan en muchas ocasiones, el uso de refugios encontrándose en una situación de alta vulnerabilidad.
Falta de representación
Aunque las mujeres son las más afectadas por el cambio climático y quienes están liderando el activismo en esta materia, también son las que menos representación tienen en los órganos de poder desde los que se trabaja contra este fenómeno. Según los datos del Instituto Europeo para la Igualdad de Género, más del 80% de los puestos de responsabilidad en materia de cambio climático están ocupados por hombres.
Por ende, es fundamental fomentar la participación activa de las mujeres y proponer nuevas políticas climáticas y de desarrollo que incorporen las diferentes necesidades, prioridades y posibilidades de mujeres y hombres a la hora de mitigar los efectos negativos del cambio climático.
El impacto del cambio climático desde la perspectiva de género
Acabar con esa desigualdad es uno de los pasos hacia la transición energética “justa e inclusiva”. Frente a esta realidad, es necesario un planteamiento transformador que estudie el cambio climático desde la perspectiva de género: roles femeninos y masculinos, pautas de consumo, etc.
De hecho, entre los 17 objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (ODS), destacan la igualdad de género y el trabajo contra los efectos del cambio climático, así como la importancia de proteger mares y océanos.
Además, en la COP25, celebrada a finales del pasado año, dejó patente que la lucha contra el cambio climático pasa por conseguir la igualdad de las mujeres, entre otras cosas.
Incorporar la perspectiva de género a la hora de afrontar el cambio climático debe ser una estrategia transversal de la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas. Máxime para evitar que los efectos del coronavirus repercutan negativamente a los avances de la igualdad de género y al medio ambiente.
La Responsabilidad Social Corporativa de las empresas, una estrategia transversal
Para lograr cambios estructurales se necesita un cambio de modelo en los comportamientos y en el modo de consumo, de trabajo, de alimentación y de relacionarse. En este sentido, las empresas toman un papel fundamental. Las medidas que estas tomen para estimular la economía puede suponer un efecto rebote, o, por el contrario, aportar nuevas soluciones. Para que sea esto último, es preciso optimizar los recursos utilizados y tratar de minimizar el impacto de los mismos. Pero no solo sobre los recursos, también sobre la plantilla, la clientela y el entorno donde se ubica la organización y comercializa. Una cuestión que implica también incorporar la perspectiva de género.
Jéssica Murillo, periodista experta en igualdad e intervención en violencia de género