El coste económico de la mala reputación

El coste económico de la mala reputación
6 octubre 2015 Ana Olego

Tras varios días escuchando noticieros y leyendo la prensa ya todas y todos somos doctos en la bautizada «dieselgate» de Volkswagen. Una de las compañías con mayor prestigio internacional, con una imagen de marca asociada a una incuestionable calidad en los productos y el servicio, parece haber saltado por los aires en un abrir y cerrar de ojos por obra y gracia del falseamiento de los datos de las emisiones contaminantes ¡pum! . La crisis es tal que los expertos no se atreven a asegurar el futuro de la compañía.

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Sólo con un intento, casi infantil, se pueden señalar los cuantiosos daños causados por el «dieselgate». Perjuicios y consecuencias que se extienden más allá de la compañía:

  • Menoscabo de la imagen de la industria alemana en general y de la industria de la automoción en particular, la cuál gozaba de tan buena salud como la tecnología japonesa -Yamaha, Fijutsu o Toshiba-.
  • Pérdida económica de accionistas e inversores.
  • Merma de beneficios por descenso de las ventas de vehículos —y reparaciones— que pueden afectar a los puestos de trabajo.
  • Desembolsos económicos para la compañía en multas, sanciones, compensaciones, gastos judiciales, gestión de reclamaciones, etc.
  • Inversión de la compañía en «contrapublicidad» para minimizar el impacto negativo de las noticias, etc.

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Según Reputation Institute actualmente todos operamos en la Economía de la Reputación, un mercado en el que el apoyo de los grupos de interés está basado más en las percepciones sobre la compañía que en las percepciones sobre sus productos o servicios. Quién eres es más importante que qué produces o qué haces.

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Forjar una buena reputación y tener una fuerte imagen positiva es relativamente fácil para todas las empresas, independientemente de su tamaño o sector de operación. El cumplimiento de las normas medioambientales, el respeto a los derechos de las trabajadoras y los trabajadores, el compromiso de la empresa con la igualdad de oportunidades, la integración de la diversidad en la política de recursos humanos de la empresas son estrategias que hay que tener en cuenta. Eso sí, las estrategias deben de plasmarse sobre el papel pero también traducirse en comportamientos cotidianos en la gestión interna de la empresa y en las relaciones con proveedores, clientes, personal y la comunidad en la que se desenvuelve.

Al hilo de las palabras de Paco Ibáñez podemos concluir que se trata «no meter la pata porque será una lata». Y si no que se lo pregunten a Volkswagen.

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