Ser migrante, racializada o de otra religión supone una doble discriminación en una sociedad ya de por sí sexista. La discriminación racial afecta también más a las mujeres.
Doble discriminación (o triple)
Tanto en plena pandemia como antes se ha hecho relevante la realidad de que hay personas que sin su trabajo la sociedad no podría continuar. Algunos son visibles, aplaudidos, pero otros no. Mientras se reconocía la labor imprescindible del personal sanitario, los transportistas, los bomberos, la seguridad, se dejaban de visibilizar otras. Es el caso de las empleadas del hogar y las cuidadoras de dependientes. Por un lado se incluía los ‘cuidados’ como actividad esencial, pero por otro siguen siendo trabajadoras de segunda.
Se trata de un sector laboral donde se cumplen muchas premisas: gran parte de las personas que se dedican a ello son mujeres, muchas migrantes y muchas racializadas. Por eso, además de la discriminación laboral que supone ser esencial pero cobrar menos que nadie, se une la de formación y la personal. Una discriminación que se sufre día a día. Ya sea discriminación múltiple, compuesta o interseccional.
Mujeres racializadas
No solo existe una discriminación laboral para las mujeres racializadas, sino que su situación política es invisible.
“La sociedad civil afro debe ocupar los espacios donde se toman las decisiones políticas, económicas y de relaciones internacionales que nos afectan directamente. Mientras no estemos en esos espacios, seguirán siendo sólo las personas que no sufren discriminación racial las que determinen en qué medida nos afecta el racismo y cómo hay que erradicarlo. España debería tener una ley integral contra el racismo que garantice el acceso a la justicia de los afrodescendientes”.
Esto es lo que decía Isabelle Mamadou, coordinadora del equipo español del Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024) de la ONU.
El racismo que sufren, unido al machismo en muchas ocasiones, lleva a las mujeres racializadas a asumir una doble discriminación. De hecho, un estudio realizado por el Ministerio de Igualdad desvela que más del 82% de las personas afrodescendientes encuestadas considera que la aplicación de leyes varía en función de la persona que se trate. No del texto legal. Esto supone una clara inseguridad jurídica y ciudadana para los casi dos millones de personas afrodescendientes que hay en España. La mitad aproximadamente, mujeres. Según este mismo estudio el color de piel junto con tener otras tradiciones culturales diferentes, son el principal factor cruzado de discriminación (en el 30,8% de los casos). Las creencias religiosas visibles, como el velo, junto con las diferentes tradiciones, son el segundo (27%).
Mujeres migrantes
La percepción externa junto con la falta de arraigo es otro de los cruces que produce una doble victimización. Es lo que ocurre con las mujeres migradas a España, más cuando pertenecen a etnias minoritarias y cuando están empobrecidas. Como ocurre con la población negra, la falta de representación en las esferas públicas, en los trabajos cualificados y en la historia, hace que las nuevas generaciones tengan difícil su normalización en la sociedad del país receptor. Incluso si han nacido en él. Estos factores hacen que las mujeres migrantes no tengan voz, sean relegadas a un segundo plano y carezcan de presencia público-política.
Esto, unido a la precariedad laboral, la violencia machista y que muchas veces son el sostén de la familia de aquí (descendientes) y la de allí (ascendientes y descendientes), las coloca en una posición muy vulnerable. Según un informe de Sos Racismo, “se puede entender que la situación de las mujeres inmigrantes las coloca en un lugar de exclusión social o ‘inclusión perversa”. “Es decir, que están incluidas en el sistema por la exclusión o negación de sus derechos”, concluyen.
Otras religiones
La discriminación por condición cultural o religiosa también afecta más a las mujeres. Según el mismo estudio del Ministerio de Igualdad, mientras el 6,8% de los hombres considera haber sido discriminado por su religión, es el 42,9% de ellas quién lo considera. Esto dentro de las personas consultadas, que han sentido ser discriminadas por alguna razón en los últimos 12 meses.
En España, atuendos relacionados con la religión, como el velo, hace que sea mucho más identificables como alguien que no procesa la fe mayoritaria. Por eso y por la discriminación que ya sufren las mujeres en la sociedad, es mucho más fácil encontrar una mujer musulmana increpada por ambas cosas. Lo mismo ocurre en los trabajos donde el velo es un problema, los estereotipos a la hora de relacionarse o la formación. Porque de manera intersectorial, la formación o el bajo nivel de esta también supone un obstáculo y una vulneración más.
Visibilización, normalización e igualdad
En todos los casos, lo que subyace es una discriminación que poco favorece a ningún país. Tanto para las empresas, como para la sociedad en general, la diversidad nos hace más resilientes, ayuda a buscar mejores soluciones conjuntas y facilita el progreso. Eso buscan, más allá de la reivindicación posturas como el afrofeminismo, el feminismo interseccional o los feminismos árabes, entre otros.
Laura L. Ruiz, periodista experta en igualdad