Arcoíris versus altas temperaturas
Con motivo de la celebración del día del Orgullo LGTB 2015 en muchas ciudades españolas ha salido el arcoíris en forma de bandera. En otros pueblos y ciudades no; la meteorología política ha impedido su aparición y los termómetros a punto de explotar han sido los únicos protagonistas de las jornadas de esta semana. En los primeros la agenda avisaba de la alegre y voluntaria participación en los actos que se celebraban, en los segundos la ausencia de actos y banderas indicaba que había que «quedarse a la sombra» y en silencio.
¿Qué hace un heterosexual en el día de orgullo LGTB?
A la frase, quizás ya trasnochada, «salir del armario» se van añadiendo otras con los nuevos tiempos; por ejemplo, «no vayan a pensar lo que no es«. Si la primera se refería a los hombres homosexuales, la segunda se refiere a las personas —hombres en su mayoría— heterosexuales. Y es que resulta cuanto menos curioso analizar como las personas heterosexuales se enfrentan a la conmemoración del Día de Orgullo LGTB. Nos referimos a aquellas que por ocupar cargos de representación en plataformas ciudadanas, sindicatos, partidos políticos o asociaciones de diversa índole —de ideología presumiblemente progresista y que propugnan valores como la igualdad y la tolerancia— se encuentran con la sorpresa de que entre la lista de los deberes inherentes al cargo que ocupan, quizás recién estrenado, figura la de participar públicamente en los actos de conmemoración del Día LGTB. Concretando, son personas que responden a la definición «hombre-blanco-trabajador-heterosexual-esposo y padre de familia» que llegado ese día se les ofrece la oportunidad de sujetar pancartas pro LGTB, leer manifiestos, soltar globos voladores de colores, solicitar firmas para procurar cambios legislativos o gritar lemas tipo «escuelas sin armarios» al son de la música de Conchita Wurst. En el mismo instante en que anotan en su agenda el día y hora del acto puede brotar una leve, grave o muy grave preocupación de cómo su participación pueda afectar a su imagen pública de «muy, pero que muy hombres».
Las soluciones son varias, habrá quien haya delegado funciones en otros, quien haya afrontado la tarea sin miedo amparado en el parapeto de una muy conocida y larga trayectoria amorosa —más tipo Alfredo Landa que George Clooney—, a otros no les habrá quedado más remedio que asumir responsabilidades y agarrar la pancarta con la desgana cronificada en la punta de los dedos «no vaya a ser que esto de la LGTB resulte contagioso» o que por figurar su foto en los medios de comunicación en según qué situaciones o comportamientos se «vayan a pensar lo que no es», con consecuencias perniciosas para su, hasta la fecha, magnifico e hispánico sex-appeal con el sexo contrario. También hay quien se queda ojo avizor en el entorno señalando con el dedo y realizando una lista invisible en la que se encuadra a las personas en diferentes categorías de acuerdo a la primera impresión que amablemente ofrezca su imagen: «este sí», «esta no», «aquella quizás», «¡¿aquel?!».
Ni heterosexual, ni pluma, ni colorín
Es fácil centrar el foco de atención en lo más llamativo y principal; en este caso en el colorín y la pluma, pero acercar el objetivo de la cámara a la periferia de los actos nos acerca a otra realidad igual de importante. En el extrarradio de los acontecimientos sociales se colocan legítimamente muchas personas que viven una orientación sexual diferente a la mayoritaria pero de forma discreta, sin esconderse pero sin estridencias y que no se identifican con lo que supuestamente «tan acertadamente» les representa públicamente. La LGTB es lo que la tele nos muestra pero también son otros y otras a quienes no se identifica como tales a simple vista, porque la orientación sexual no tiene por qué tener signos externos de identidad colectiva.
«Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma, para mí, es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana. No voy presumiendo, no lo voy pregonando, pero no lo niego. Yo no estudié para lesbiana. Yo nací así». Chávela Vargas.
Dedicado a los hombres heterosexuales que lejos del modelo de hombre impuesto por la cultura patriarcal abanderan en el día a día los valores de la igualdad.