Se suele decir que, a veces, es necesario palpar y vivir la tragedia para que se haga algo al respecto. Quizás la muerte de Ana Orantes fue ejemplo de esto, y proporcionó el click o la gota que colmó el vaso para una sociedad y unos gobernantes que (cosa inusual) se pusieron de acuerdo y unieron fuerzas.
Imagen de Ana Orantes durante la entrevista en Canal Sur.
Ana Orantes tuvo el valor (algunos pensaran que fue un error fatal) de sentarse en uno de los platós de Canal Sur para contar sus 40 años de matrimonio lleno de palizas e insultos con José Parejo, que terminó en divorcio. Quizás quienes vieron el programa esa tarde, escucharían con sorpresa y horror su relato, quizás algunos pensaron que algo habría hecho esa mujer, otros pensarían que era una barbaridad, que esas cosas se solucionaban en casa, y tal vez la mayoría, cambiaría de canal o se dedicaría a pensar en otra cosa. A quien no le paso inadvertida su aparición en ese programo fue a José Paerjo, que trece días después de su aparición en televisión, el 17 de diciembre de 1997, la quemó viva en la puerta de su casa.
La muerte de Ana Orantes fue la primera muerte por violencia de género que nos dolió a todos, que nos revolvió las tripas y con la que vimos que la violencia doméstica era cosa de todos y de todas. A partir de ese momento, llegó la reforma del Código Penal, y la aprobación unánime de la Ley Orgánica 1/2004 de 28 de Diciembre de Medidas de Protección Integral Contra la Violencia De Género, y la última iniciativa del Ministerio del Interior: la Estrategia Nacional para la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer 2013-2016.
Los medios de comunicación visibilizaron la violencia doméstica, y nos empezamos a acostumbrar a leer, escuchar y ver testimonios y noticias de mujeres y familias que habían padecido maltrato.
Aparecen distintas campañas para la sensibilización e información de las victimas de la violencia de género. «Contra los malos tratos gana la ley» 2006, «Teléfono 061. Contra el maltrato llama» 2007, «Ante el maltratador tolerancia cero» 2008, «Ya no tengo miedo. Ante el maltrato todas y todos a una» 2009, «Saca la tarjeta roja al maltratador» 2010, «No te saltes las señales, elige vivir» 2011, y «Violencia de Género, hay salida».
En definitiva, se emprende un camino donde se le ponen nombres y apellidos, causas y soluciones a un problema que ha existido desde siempre. Un camino necesario que hay que continuar.
Pues muy bien. Pero ¿Y ahora qué?. Siguen habiendo muertes por violencia de género y resulta muy preocupante el hecho de que, desde 2007, 1007 adolescentes han sido juzgados por faltas y delitos relacionados con este tipo de violencia. En 2013, un 10’5% de los 85 adolescentes juzgados eran menores de 16 años. ¿Cómo educamos a la generación que viene? ¿Cómo son en realidad esos adolescentes? Esa generación que, quizás, no se sorprenda ni se inmute al escuchar en la radio por las mañanas que hay otra muerta más a manos de una pareja o ex-pareja sentimental. Gran parte de esos adolescentes creen que eso de la violencia de género solo pasa en los matrimonios y en personas con problemas de drogas y alcohol, y que los celos no tienen nada que ver. Esa misma gran parte cree que es normal ser celoso y celosa hasta el extremo, y que incluso eso es señal de que te quiere, de te quiere mucho, además. Que no es nada raro que su novio o novia le registren el móvil y portátil, y enfadarse por salir sola con las amigas. Que la violencia está más que justificada cuando alguien te ofende o te quita algo que es tuyo.
La educación en valores, tanto dentro como fuera del aula, parece ser el camino a seguir. Valores de igualdad y de respeto, y actuar en consecuencia de esos valores que queremos enseñar y promover. No solo hoy, 25 de noviembre, sino todos los días hasta que no tengamos que recordarle a ningún adolescente quien fue Ana Orantes.
